En aquella sala había cinco personas. Cuatro eran directivos y luego "ella". Se trataba de una reunión de trabajo rutinaria, lo que se suele llamar de control o de seguimiento. Así que allí estaba, pongamos que se llama María, arreglada a conciencia, con zapatos de tacón, falda de tubo y blusa de poliéster. Su jefe, en alguna ocasión, le había dejado caer lo guapa que estaba cuando se arreglaba. Y no es que le hubiera preguntado, pero desde siempre aceptó con resignación que ciertos hombres de su alrededor hablaran sin pensar sobre su aspecto, trabajo, vida o lo que fuese. Por que claro, cómo se iba a molestar si se trataban de bromas o halagos, sin ninguna mala intención. Pero volviendo a la sala, llegó el momento de su intervención. El directivo 1, el más importante, se sentó con las piernas abiertas como si hubiera montado un purasangre durante horas. En un momento, temió que el botón de su camisa fuera a salir disparado hacia su ojo dejándola gravemente malherida, mientras tanto, con una mano y con la otra se retiraba el moquillo de la nariz. "La alergia" decía. María miró a los otros directivos, confirmando lo que esperaba, parece que la vestimenta no era una prioridad para ellos. Dejando a un lado cuestiones subjetivas, María comenzó a exponer el proyecto en el que había trabajado durante semanas. Siempre le daba la impresión que todo el esfuerzo invertido acababa "sabiendo a poco", su ímpetu se dirigía a vender bien su trabajo, de forma concienzuda elegía cada palabra, resaltando todo lo positivo, pero aún así, ella misma se veía como en un examen constante donde acababa aprobando con un cinco raspado. Las deliberaciones finales del directivo 1 terminaron por desarmarla. Resumiendo sus palabras, el proyecto no estaba mal, pero faltaba el criterio masculino. Le recomendó que se fijase en los hombres con los que trabajaba. Mientras hablaba, María le miró atentamente, tomó notas y le sonreía como mecanismo de defensa. Desde pequeña sabía qué tipo de comportamientos debía utilizar para no convertirse en una amenaza, la prudencia era uno de sus grandes dones, no incomodar ni molestar, estaba tan grabado a fuego que ni siquiera le suponía un esfuerzo. La perorata del directivo 1 introdujo términos tales: tías buenas, coches de marcas de lujo y grandes sumas de dinero, como los grandes intereses del género masculino, María quiso preguntar dónde estaba la cámara oculta, de pronto se trasladó a una cantina de barrio de los años 50 donde los cuatro directivos, fumaban puros, bebían cognac sin hielo y reían animosamente mientras ella se sentía tan fuera de lugar que solo deseaba que aquella reunión terminase. De pronto, experimentó un fuego que le subía por la garganta pero en lugar de llamas salieron palabras:
"
Disculpa Sr directivo 1, pero no estoy en absoluto de acuerdo, no es bueno generalizar, además nosotros no trabajamos ese tono y sería un fracaso para el proyecto que utilizáramos una visión que, francamente está muy desfasada, y en contra de lo que las empresas promueven. Mi opinión es que tenemos que ser coherentes y estar a la altura de las circunstancias.
María se detuvo, de forma escalonada las risas se fueron apagando y el rictus del directivo 1 se tornó serio.
El directivo 1 dijo a María:
"No tienes ni idea de lo que estás diciendo", "Si supieras lo que haces este proyecto saldría adelante y sería un éxito", acto seguido miró al resto de directivos y les espetó
: "Haced lo que queráis pero si no me hacéis caso veremos a ver qué pasa con el presupuesto del año que viene". "No quiero errores".
María se sintió ninguneada y tratada con condescendencia, tenía mucho calor en la cara y unas ganas de llorar que tuvo que controlar. Por suerte la reunión terminó. Salió disparada hacia el baño, se sentó en la taza y empezó a brotar toda la rabia que llevaba encima, igual que una niña pequeña cuando se cae del columpio y no sabe cómo ni porqué. Desconsolada y sola se marchó pensando en lo injusto y complicado que lo tenía para conseguir una carrera de éxito en aquella empresa. Y quizás en la mayoría. Se preguntó si la situación hubiese sido igual si en lugar de llamarse María fuera Mario.
Llegó a casa y le contó a su madre lo sucedido, a su novio, a sus amigas, a sus compañeras de trabajo, a todo el que pudo y quiso escucharla. Quizás María no sea la heroína que nos imaginamos, pero contar lo que le sucedió, la despertó, porque no lo dejó pasar como en anteriores ocasiones, porque no quiso restarle importancia ni darle normalidad. Porque ella sabe que cada pequeño paso cuenta para favorecer el cambio y si de ella depende lo dará.