Las súper chicas o súper mujeres no lloran. No
pueden, no deben. Cuando todo se desmorona ocasionando un tremendo estruendo,
ellas tienen pocos segundos para ser conscientes de lo que ha pasado. Su
reacción tiene que ser rápida, eficaz y además ha de aportar una solución
válida.
La adrenalina no les permite sentir el daño del impacto, pero a los días, las secuelas aparecen, como un recuerdo que les dice: esto te marcará para siempre. Así que deciden guardar ese sentimiento en lo más profundo de su corazón, así consiguen seguir hacia delante. Es como las máquinas, que permiten desactivar mecanismos superfluos para que los principales funcionen con normalidad.
Y de esta forma, continúan respirando, siguen
vivas. Sin embargo y aunque parezca sencillo, no todo permanece intacto. Sus
extremidades parece como si flotaran porque no existe un tronco que las una, en
medio está la nada. No hay dolor, está oculto, pero tampoco alegría, ni ganas,
no hay nada. Puede que si las pinchas ni siquiera sangren.
En verdad disimulan. No quieren que las veas
llorar porque les toca ser las fuertes, pero por supuesto que lloran. A lágrima
viva y con el ruido de fondo para despistar. Se quedan en sus coches,
pensativas con la mirada perdida, preguntándose ¿realmente ha sucedido? y
¿cómo? Fuman para exhumar el cadáver que llevan dentro, beben para adormilar la
tensión acumulada y cuando les preguntas ¿estás bien? ellas siempre te
responden con una media sonrisa: "si, ya pasará..."
Se duermen con la idea repetitiva de que todo
está ok, que nada puede ir mal, porque ellas son súper girls y simplemente
vuelan.